Un homenaje a Victor Correa, montañista colombiano.

Compartimos el escrito que el montañista colombiano Miguel Vidales hizo en homenaje a Victor Correa, otro amante de las montañas que desapareció en el monte Manaslu en Octubre de 2012.  Víctor Correa, montañista de 34 años, oriundo de Guican, se propuso hacer cumbre en uno de los picos más altos del Himalaya, y por eso partió en la expedición 'Manaslu Otoño 2012', de la que nunca regresó. Su sitio de trabajo era el Parque Nacional de Guican y Cocuy donde prestaba sus servicios de guianza a todos los visitantes que llegaban a la sierra.

victor correa montañista colombiano 

Victor tomó decisiones

Me contaba sus historias, mirando el celular “por si algún cliente”, y a su vez rozaba el ala del sombrero, mientras estaba pendiente de servir el tinto y me decía “¿es sin azúcar cierto?”- nunca lo recordaba y yo lo conocía pero nunca dejé de decirle- Víctor no joda concéntrese en una sola cosa. Estaba tomando sus decisiones… La página web de su GUAICANI debería estar también en inglés… Las postales con la frase de VIAJAR ES VIVIR… Los televisores a comprar en un remate para llevarlos a su hotel… los platos de Ráquira… “Uy! se me olvidaba -decía rascándose la cabeza- pero todo bien! ya llamo a Fercho y a Julito para el reto de mañana, para que monten la ruta en Suesca y yo voy a recoger los mosquetones donde Wilke, pero Miguel deme plata porque así es muy culebro! y nos vamos a almorzar que papá paga, verdad?”

Me contaba: “Salí de Guicán para Bogotá y trabajé en mecánica pero eso no me gustaba porque me engrasaba hasta la testa y para eso mejor me quedaba cogiendo papa y de una tenía el recao para las gallinas que nos tumbábamos con los amigos de la escuela. Pero trabajaba y aprendía porque lo necesitaba y además yo me estaba poniendo mosca y ya sabía coger bus y después me fui a vender equipo de montaña con Bonilla y más tarde con Catalina, ahí aprendí y conocí de escalada. Fue cuando empecé a ir a Suesca, hasta me jodí una pata porque se me atoró en una grieta la bota nueva que había comprado con mis primeros bisnes. Porque eso sí, oyéndolos a ustedes de los viajes al Himalaya me afiebré verracamente y me imaginaba echando pata en la laguna Grande de la Sierra pero más completo… llevando turistas, porque desde esa época pensé en hacer Guaicaní, fácil el nombre pues no le iba a poner Cocuní, porque me jodía mi mamá.

Yo me la pillé que era mejor irme a trabajar al Café de los Mauricios porque tenía más contacto con la gente y ahí aprendí a meseriar y les decía a los clientes SUMERCÉ, ¿QUÉ MÁS SE LE OFRECE? y les hacía venias y se totiaban de la risa, me hacía querer y la propina me cuadraba para pagar con mi hermana Ángela el arriendo, ella camellaba duro a la par con el estudio de enfermería.

Pero lo culebro fue cuando me mandó Iregui a hacer vueltas de mensajería porque Afanador se dedicaba a las relaciones – iba por más tinto y volvía a preguntar ¿es sin azúcar cierto?”- y yo le repetía, Víctor no joda concéntrese en una sola cosa y nos reíamos y continuaba alegremente … yo no sabía de consignaciones y menos de ir a pagar impuestos, que era lo que más le preocupaba a Iregui” “eso primero Chino” y yo salía en volandas en la cicla, porque así me rendía más y dejaba para mí lo de los buses, me compraba chocolatinas para las viejas que me gerenciaban en los bancos esos trámites y a los manes de los impuestos les decía que fueran al Café que yo les hacía descuento - si ve cómo se hacen los bisnes, puro servicio al cliente como dicen en las revistas que sumercé tiene de Harvard y que yo me leo cuando me coge la pensadera de cómo hay que hacer para que Guaicaní tenga éxito, eso tengo que enseñárselo a mi hermano Armando.

Y hablando de eso, ahora ando en estas de armar juegos y a trepar a doctores a la roca y oírle a sumercé hablar y hablar que el trabajo en equipo y que la visión y que el pensamiento estratégico y la operación eficiente y la gente se queda lela - es reculebro pero bacano.

La vida se me volvió todo por escalar. Desde que los conocí, me acuerdo cuando ustedes llegaban a Guicán y yo les ayudaba a bajar los morrales que eran más grandes que yo y los acompañaba hasta el hotel y me daban unos pesos que me los gastaba jartando polas a escondidas. Por ahí tengo unos guantes que sumercé me regaló, con que subí por primera vez al Ritacuba Blanco con el soyis del Paiton y de ahí para acá ya no pienso sino en escalar y escalar. Pero eso si que me sirva para la vida porque yo la tengo clara, hay que salir adelante - por eso también estudié en el SENA Topografía y cuando no hay camello con sumercé y no es temporada en la montaña para llevar turistas o Fabián no sale con campos de verano para chinos ricos del Nueva Granada, me las arreglo midiendo lotes y fincas, eso hay camello si uno es avispa y además me conocí con Treisy que es una pelada rebacana que esta conmigo pa las que sea y con nadadito de perro la vamos logrando juntos, pero sigamos hablado de escalada que eso es lo de uno porque lidiar con gps es sólo trabajo.

Este era el discurrir de consciencia de mi amigo Víctor, que ahora reconozco con otros ojos. El recuerdo de esas conversadas que tan sólo eran anécdotas y risas, ahora adquiere una dimensión absurdamente trascendente.

La víspera de su viaje para el Manaslu, veníamos de Suesca… estaba feliz! El día anterior, se había tomado unas cuantas polas con Fercho Beltrán y Julito, sus parceros de siempre, los planes y sueños en conjunto fueron más allá de la montaña que lo esperaba. Repasaba su viaje: Bogotá – Panamá – La Habana – Moscú – Bombay y finalmente Delhi – Katmandú, trayecto que accedió a hacer por avión, después de larga discusión con su novia Treisy, ya que quería viajar de Delhi a Katmandú por tierra, “para ahorrarse unos pesos y soyarse el viaje, como lo hacía cuando se iba para Guicán”.

En el camino nos comimos unos pinchos con Colombiana y arepa, “porque en Nepal si están pailas con la comida y voy a pasar harto tiempo comiendo sólo Dalvad” - “de lo que si estoy seguro” - lo decía riéndose y con colores en las mejillas- “es que no me van a sacar nuevamente a sombrerazos del campo base”.

La historia es digna de ser relatada, aunque no con la gracia e ingenuidad con que él la contaba: 
El año pasado Víctor estuvo en el Himalaya, con muy poco dinero para poder pagar el derecho a estar en una expedición y menos para pagar un permiso para escalar un “ochomil”, sin embargo llegó al campo base del Everest y se las arregló para no ser visto por los oficiales de enlace. “Cuando llegué al campo base de lejos yo miraba como era la rutina de los guachimanes y me esperé hasta la noche para entrar y así no me veían, como lo había aprendido en el ejercito, donde no tuve si no calabozo por joche. Entré y a oscuras pasé por muchas carpas y oía hablar en muchos idiomas, eso creo pues yo no entendía pero eran acentos raros, y llegué a un lugar planito a diferencia de las piedras y el hielo que era donde estaban todas las carpas y me dije: ¡estos si son muchos pendejos! no se acomodan en buenos lugares, yo instalé mi carpa me hice mi buena comida de pasta con té y a dormir mirando esa montaña que me hacía ojitos para que la subiera. Al otro día me levanté temprano y me fui a tomar fotos del amanecer y cuando regresaba me encontré con mucha gente alegando alrededor de mi carpa y entendí que preguntaban que de quién era la carpa? Yo sano, me hice entender y les dije que era mía y ahí fue la cagada porque yo estaba acampando en el helipuerto! y me sacaron a sombrerazos con mi propio sombrero, me fui aburrido de regreso para Katmandú pero nuevamente volví con una expedición Nepalí, que yo me los gané hablándoles de Colombia, mentiras, de Guicán que es lo que yo conozco – llegamos al campo base y pasé como un Nepalí mas porque los Boyacenses somos como igualitos a ellos, eso si escondí el sombrero. Ya adentro me hacia mis mañas para escuchar y mirar a los escaladores con unas pintas revacanas, no como las mía que era de segunda y buena parte prestada, pero sin abrir la boca para nada y comiendo con las manos para que no me descubrieran. Pero una mañana yo iba desprevenido a traer hielo para descongelar y un guevón me puso conversa y tenga y lleve, me atendieron a lo bien, y al ratico ya estaba cagao echando nuevamente pata de regreso a Katmandú. Pensé no jodo más me voy de aquí y cogí carretera y trenes y llegué hasta el sur de la India, eso conocí de todo hasta inglés aprendí porque sino me jodía. Lo que vi es que por allá negocian mucho con esmeraldas pero feas y descoloridas y entonces también ahora voy a meterme en eso porque imagínese que después de la guianza a los Europeos le empaque unas piedritas, con eso si plata como arroz para expediciones al Himalaya!”

Nos despedimos sin recomendaciones, seguro sobraban y le dije: Víctor no se le vaya a olvidar traerme una Tanka bien bonita para Esther, porque si no lo deshereda. “No no no, eso no se me olvida yo la traigo pero usted levante bisnes porque vendré pelao y tengo que pagar los impuestos de mi tierrita allá en el páramo, además de comprar para el hotel más televisores y pagarle el arriendo a William de la casa en Suesca. Y a los amigos que me pregunten, muchas saludes y que los llevo aquí entre pecho y espalda.”

Víctor ya no está y hace mucha falta.

Tomó decisiones constantemente y todas determinantes.

Se reafirmaba a sí mismo, “si no me hubiera venido de Guicán, de pronto tendría una tienda de cerveza, o me hubieran cargado los paras o los guerrillos, o de pronto hubiera sido alcalde, y acá en Bogotá de pronto tendría un taller de latonería en el Siete de Agosto, o trabajaría de barman en el Café, pero me encanté con las montañas.”

Se fue a escalar el Manaslu, estaba en el campo 2 cuando hablé por última vez con el amigo Víctor, “Miguel hermano, voy para arriba estoy bien, dejo un depósito en el campo 3 y me regreso al base” fue su última decisión, nunca más se supo de él, se hicieron muchos intentos para llegar donde posiblemente estaba; la montaña no lo permitió.

Cualquier juicio a sus acciones es solo especulación y desconocimiento del espíritu retador de un montañista que no le pone freno a sus sueños, ni a los pasos que le producen felicidad.

Víctor hermano de la vida, de la montaña, del trabajo, en mí quedan muchos buenos momentos y grandes enseñanzas… hasta siempre.

Miguel Vidales
Montañista colombiano
Miembro Expedición colombiana Everest 1997 

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