Nunca he sido deportista. En el colegio habilitaba Educación Física y no servía de mucho ser amiga de las más atléticas del curso, si acaso para no quedar de última cuando escogían los equipos de básquet o voleibol. Supongo que a mis amigas les daba ataque de solidaridad porque referían pelearse con el resto del equipo y decir Me pido a Julia justo a tiempo para evitarme la vergüenza de ser la que sobra, la última elegida.



Para Rubén Guevara, Gloria Nacional del Atletismo, y el Mono González, corredor por herencia.

Cuando era niña bailé ballet unos años con más ganas y esfuerzo que talento o gracia, siempre a la sombra de mi prima Alicia, que era la más bonita y sin duda la mejor bailarina de la generación de Germán Dager en Cartagena.

Hace un par de años comencé a hacer Pilates con poca disciplina y movida un poco por la culpa de comer como como: mi plato de comida le gana hasta al de mi hermano el gigante y siempre me cabe un postre extra cuando todos mis amigos, hombres, están reventados.

Pero lo que me inspiró para comenzar a correr fue un escritor o, para ser más exacta, un libro que compré en la pasada Feria del Libro: De qué hablo cuando hablo de correr, de Haruki Murakami.

Ya sentía la frustración de trabajar organizando carreras y nunca haber corrido una, ya había surtido algo de efecto la presión de grupo liderada por mi jefe, fundador del club de corredores de la oficina, pero no fue hasta que compré el libro que tomé la decisión de comenzar. Después de todo Murakami es un gran escritor, le atribuye a correr mucho de lo que ha aprendido sobre escribir y yo misma no puedo negar mis pretensiones con la escritura. ¿Estoy diciendo que quiero correr para escribir mejor?

Soy pésima atleta, me parece, pero le estoy encontrando el gusto y eso nunca hay que subestimarlo.

Por ahora corro sólo dos veces a la semana, si uno nunca ha hecho deportes supongo que es lo sensato. Ah, y cada tanto subo los ocho pisos de mi edificio por las escaleras, ¿eso no debería contar?

En el par de meses que llevo entrenando ya tengo mis preferencias. Nada de esto será útil para los corredores de verdad, los que corren todos los días, los que mejoran su tiempo en cada carrera. Lo aclaro para no crear falsas expectativas, pero a lo mejor le interese a alguien que, como yo, siempre pensó que era un flojo pero decidió darse una oportunidad. De nuevo, ¿será porque acabo de entrar a los treinta? Dicen las estadísticas que más del 70 % de los corredores colombianos está por encima de los treinta años.

Volviendo al libro de Murakami, me parece que responde una pregunta que yo me hacía desde hace rato, la típica pregunta que se hacen los que no corren, aclara él: ¿qué piensa la gente mientras corre?

Lo cito: “Mientras corro tal vez piense en los ríos. Tal vez piense en las nubes. Pero, en sustancia, no pienso en nada. Simplemente sigo corriendo en medio de ese silencio que añoraba, en medio de ese coqueto y artesanal vacío. Es realmente estupendo”. Yo, desafortunadamente, no he llegado al punto en el que no piense. En realidad, por alguna razón lo que pienso se parece más a escenas sueltas de un video educativo de anatomía –o de película porno– que al paisaje o al vacío.

Pero espero llegar a pensar en nada, supongo que ese vivir en el aquí y ahora es parte de la seducción que ejerce correr sobre los atletas de verdad verdad.

Por ahora estoy corriendo en el parque El Virrey en las tardes, por razones prácticas: queda cerca del trabajo y los corredores salimos juntos de la oficina.

Ya he empezado a correr con música porque descubrí que el peor enemigo de mi resistencia son los diálogos internos: una voz en mi cabeza se queja desde el primer metro del recorrido y pregunta con el timbre de Bart Simpson: Are we there yet?

Cuando se me olvida la música lo peor ya no es oír mi voz quejumbrosa, sino la manía de cantar villancicos que he cogido últimamente, como queriendo embolatar los diálogos internos con nanitas y antones y más pendejadas.

Michael Jackson me inspira, pero los mejores piques me los he pegado con Paint it Black, de los Rolling Stones, la canción de Misión del deber. Saquen sus conclusiones. Murakami dice en su libro que él mismo corre oyendo a los Stones, o jazz.

No he corrido más de 7 kilómetros seguidos todavía, y cuando corrí esos siete en realidad caminé un pedazo, o sea que ni eso, pero estoy orgullosa porque la semana pasada logré terminar sin parar el circuito de tres vueltas al Parque que nos propusimos para empezar. Esto le parecerá estúpido a cualquier atleta élite o que corra por hobby, pero si alguien recién comienza a entrenar posiblemente entienda el sentido de esos pequeños logros.

julia londoñoMurakami corre una distancia de unos 10k 6 días a la semana y ocasionalmente corre maratones, 42 kilómetros. Hubo un mes en el que corrió más de 300 kilómetros. Yo ando en el orden de los cuatro kilómetros un par de días a la semana. Pero no importa, como él dice, la competencia al correr es con uno mismo. Entre eso y nada, eso. Después ya veremos.

Probablemente no voy a correr nunca como quienes corren diariamente con pasión, nunca sabré qué orgullo invade a Rubén Guevara, el atleta que a sus casi 80 años sigue corriendo a diario, y además dice que lo hace por divertirse.

Es posible que en unos meses pase la fiebre del club de corredores en mi oficina, regrese a mi cómodo sedentarismo y guarde mi ropa de correr para chicanear con que alguna vez corrí.  Es muy posible.

Y seguro que no voy a llegar a escribir novelas después de haber corrido toda la mañana, pero mañana a las 5 de la tarde estaré feliz de sudarme la camiseta y hacer mis 4k para sentir por un momento que, de verdad, todo el que tiene un cuerpo es un atleta. Y a lo mejor de paso empiezo a escribir blogs más fluiditos.

Julia Londoño

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