Cuando uno piensa en el atletismo, inmediatamente lo relaciona con un deporte de resistencia individual, muy diferente al fútbol, basketball o cualquier otro deporte de equipos. Luego de hacer mi primera Media Maratón, esa idea que yo también tenía de que este era un deporte “individual”, me cambió por completo.

Mi primera media maratón fue la Media Maratón de Bogotá, el evento deportivo más grande de Colombia. Para esta actividad, se ocupa el 7% de la capacidad hotelera de Bogotá, 9 hospitales están en alerta amarilla y más de 8 mil personas coordinan el evento. Durante la carrera se reparten 200.000 bolsas de agua, 45.000 vasos de hidratante, hay 65 estaciones entre torres de marcación, tarimas musicales, puntos de hidratación, puestos de primeros auxilios y finalmente 2 helicópteros monitorean el recorrido. Y no es para poco, ya que anualmente asisten 45.000 personas con el único objetivo de cruzar la línea de meta. Algunos piensan en llegar en primer lugar, como el keniano Isaac Macharia, ganador consecutivo 3 veces de esta carrera (¡logra completar los 21 kilómetros de la carrera, en 1 hora, 3 minutos y 40 segundos!) y otros en hacer el mejor tiempo posible y no morir en el intento, como Jose uno de mis grandes amigos y yo.

Durante dos meses, de lo único que hablábamos mi amigo y yo, era del día de la carrera, de lo emocionados que estábamos y de cómo teníamos que prepararnos. Ya llegado el esperado día, nos dimos cuenta de que nada nos pudo haber preparado para ese mega evento. Era impresionante. En las cuadras cercanas a la Plaza de donde saldría la media maratón, se veían grupos enormes de personas calentando, uno que otro perdido pidiendo gasillas para pegarse el número en el pecho, equipos de atletas uniformados y los vecinos que se levantaban para salir a las calles a ver el evento. Mi amigo y yo nos buscamos un rinconcito en una acera y nos sentamos en el piso, cada uno se puso el número en la camiseta y arriba del número, una banderita de Costa Rica para llevar la patria en el pecho. Caminamos hasta la gigantesca Plaza Bolivar. La escena era increíble: 45.000 personas estirando, calentando, comiendo… Música a todo volumen, instructores preparando a las personas, oficiales de seguridad manteniendo el orden… y en medio de todo eso… dos ticos con la boca abierta. De repente y sin darnos cuenta ya solo faltaba 1 minuto para la carrera. Buscamos posición de salida, siempre me he acostumbrado a colocarme al lado de todas las personas para tener más espacio de salida, pero entre 45.000 personas, prácticamente había que subirse en los edificios para evitar la muchedumbre. 5 segundos, 4, 3, 2, 1… SALIDA!

Nuestra estrategia era la siguiente: los primeros 10K los íbamos a hacer a un ritmo medio para guardar energía, los siguientes 6K a un ritmo alto para empezar a ganar posiciones y los últimos 5K a full para mejorar el tiempo. Yo era el que iba a marcar el ritmo porque era el que llevaba el Polar. Al principio todo mundo nos pasaba. Jose quería apresurar el paso y pero yo lo detenía para ir a nuestro ritmo. Miles de personas a la orilla de la calle aplaudían a la muchedumbre, en cuenta el Alcalde de Bogotá desde una enorme tarima. Bandas tocando música, gente con pitoretas, señores gritando ¡Viva Colombia. Viva la paz!, niños con rótulos que decían: “Fuerza papi”, y jóvenes con otro tipo de mensajes más graciosos: “Apurate Yiyi que ya queremos ir a comer”.

A cabo de un rato, la muchedumbre se dispersó y mi amigo y yo encontramos nuestro lugar en la carretera. Cada dos minutos tenía que estarlo jalando para atrás ya que no valía la pena gastar todas las energías desde el principio. Sin darnos cuenta llegamos al kilómetro 3 y un rótulo enorme nos anunció que más adelante había un puesto de hidratación. Que bueno, porque ya habían pasado 15 minutos y nos tocaba hidratarnos. Fuimos tomando posición para agarrar las bolsitas de agua, pero cuando llegamos, ¡ya no quedaba ni una! ¡Que problema! ¡Teníamos que hidratarnos! Me preocupé porque sabía que la deshidratación puede llevar a calambres y arratonamientos, pero me preocupé más cuando Jose me dijo, con su experiencia de doctor, que incluso podíamos desmayarnos y terminar en una ambulancia…

Kilómetro 6, llevábamos buen paso. Puesto de hidratación a la vista. Tomamos posición de nuevo y al llegar, nada. Se había acabado el agua de nuevo. Nos preocupamos aun más, una hora más sin agua y la maratón iba a cambiar de rumbo hacia el hospital. Aun así, nos sentíamos bien, hablábamos de vez en cuando para apoyarnos, llevábamos buen ritmo cardiaco, los músculos relajados, el paso constante. Cada cierto tiempo uno preguntaba por la condición del otro y yo monitoreaba el Polar.

Kilómetro 10, ¡por fin un puesto de hidratación con agua!, nos llenamos las manos de bolsitas, yo cargué con más ya que Jose llevaba en una mano, una bandera de Costa Rica doblada que íbamos a extender en la meta. Nos monitoreamos: ¡ambos nos sentíamos excelente! Llevábamos una hora y ocho minutos de estar corriendo. Según la estrategia de carrera, los próximos 6K los íbamos a hacer a un ritmo alto para ganar puestos. Revisé el Polar y empezamos a subir el paso el mismo tiempo hasta llegar a 170 pulsaciones por minuto, una vez en la marca, mantuvimos el paso.

“¡Cámaras de televisión!”, me dijo Jose. Entonces extendió la bandera y pasamos -como los más orgullosos de su país- frente a la cámara pegando brincos y mostrando nuestra bandera. Alguien nos dio una palmada por detrás: ¡otro tico que había ido a hacer la Media Maratón! Intercambiamos palabras, costarriqueñadas y nos despedimos. Volvimos a tomar el ritmo y seguimos adelantando personas.

En el kilómetro 16, justo cuando le íbamos a meter TODO, se me acabaron las fuerzas. Entonces, sin ni siquiera decirnos una palabra y gracias a la empatía que dan 16 kilómetros de correr hombro a hombro, supimos que a partir de ahora, ya yo no iba a marcar el ritmo con el Polar, ya no iba a detener más a Jose. Ahora él iba a tomar cartas en el asunto. Y las tomó con las siguientes palabras: “¡OLVIDÁ EL POLAR, VAMOS, CON FUERZA, ADELANTE QUE A ESO VINIMOS!

Entonces apresuró el paso. A mi no me quedó de otra que ignorar el cuerpo y aumentar el paso. Todo me dolía, no podía respirar, quería parar. Pero una y otra vez Jose me insistía en seguir, en meterle más fuerza. Para mi sorpresa, fue en ese momento cuando de verdad empezamos a pasar gente. Ya no corríamos en línea recta en una cómoda posición dentro del pelotón, ahora “zigzagueábamos” por toda la calle esquivando personas. ¡Nadie nos pasaba! ¡Dejábamos atrás a una, otra y otra persona más! Jose seguía hablando, no paraba: “¡Vamos, vamos! ¡tantos meses de preparación! ¡Ya vamos a llegar a la meta!”

Kilómetro 18. Una hora y cincuenta minutos de estar corriendo. Ya solo nos quedaban tres kilómetros. Hacía rato ninguno decía nada, yo ya no podía más, entonces dije: “Hablame que ya no puedo más”. Y entonces, encendió de nuevo su “CD motivador” y subimos aun más el paso "¡Fuerza! ¡Fuerza! ¡Fuerza!", me decía. Nadie nos pasaba a pesar que ya no dábamos. Las calles a los lados estaban repletas de personas aplaudiendo y dando ánimos.

Por fin, 200 metros para la meta… ese lugar en el que pensaba todas las mañanas cuando me levantaba a las 5:30 a.m. a entrenar. Cuando prefería no salir a tomarme las cervezas e irme a dormir a las 9 de la noche. Cuando después del trabajo, en la noche, me iba a meter al agua fría de una piscina a nadar… por fin, 200 metros para la meta.

Entonces, sacamos la bandera, tomé un extremo, la levantamos lo más alto que pudimos y otra vez, sin necesidad de hablar, aumentamos el paso a full. En unos parlantes gigantes, oímos a un locutor que decía: “Y aquí vemos a Costa Rica entrando a la meta” ¡Claro que sí! ¡Habíamos llegado! Al principio con mi ritmo y a final con la motivación de mi amigo, definitivamente no lo hubiéramos logrado solos. 

Años después, recuerdo esa carrera con mucho cariño, ya que fue el evento que me enseñó, durante 2 horas, 8 minutos y 13 segundos, que el atletismo es un deporte de equipo.

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