Se dice que el ser humano siempre vuelve al lugar donde fue feliz.  Y en mis recuerdos hube de hurgar; durante uno de los momentos más tristes de mi vida, donde la existencia de quien anhelamos fuese eterno, llega a su fin; no podía de otra manera encontrar otro recuerdo que mi niñez, donde la pureza y felicidad reinaban; donde correr y jugar eran la esencia de la vida, y entendí que ese era el lugar donde debía y quería volver; entendí también con el tiempo y los kilómetros recorridos, que en un corredor habita aquel niño que se negó a morir, que solo es feliz corriendo.

Por aquel entonces, cuando empecé a correr, intentando buscar la senda de la tranquilidad, la paz y la felicidad, solía un amigo repetirme una frase, que aun guardo en mis pensamientos; “No puedes evitar que el pájaro de la tristeza vuele sobre tu cabeza, pero si puedes  evitar que anide en tu cabellera”; fue así como me involucre más en este deporte, pues allí pude encontrar la sensación de paz y libertad que andaba buscando.

No deja de ser extraño en este deporte, que en el dolor físico encuentres satisfacción, que en la multitud puedas encontrar la soledad, y el silencio en la algarabía, y recorrer el vacío más allá del pensamiento.

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A diario, en horas de la madrugada, donde frio y lluvia calientan mi cuerpo, niebla y viento me brindan compañía,  me entreno duro, para no ser el mejor, suena extraño, pero es así; mis pretensiones están lejos de ser elite, de batir records, de subir pódiums, quizá pase, pero no es mi objetivo; el sobrepasar otros, magnificar mi ego, no ha sido parte nunca de mi estrategia. El anhelo, la ilusión, el apego a los ideales de éxito, de encontrar en cada acción realizada recompensa, son el origen de una vida insatisfactoria, correr representa, para mí, un encuentro armonioso entre cuerpo y mente, una forma de felicidad.

Este solitario esfuerzo lo realizo para poder prolongar la felicidad que se experimenta en una carrera. Por ahora el tiempo y la posición de llegada no resultan importantes; y éste pensamiento, ésta forma de entender este deporte, vino a reafirmase en su comienzo mismo; cuando la curiosidad, ese deseo por aprender y saber más de este deporte, me llevó a ver un video de los olímpicos de Barcelona 1992, semifinales de los 400 metros planos, Derek Redmond, corredor británico y favorito a ganar la prueba, sufre una lesión en plena competencia, el dolor en su pierna derecha le impedía continuar, el dolor que sufría, evidenciado en su rostro cubierto de lágrimas, predecía el fin de su carrera, médicos y asistentes corrieron a ayudarlo, de manera sorpresiva y valiente, Redmond se incorpora en un solo pie, y dando saltos en éste mismo, decide continuar; del público, de esas cientos de almas apoyando, salta un hombre, quizá con el corazón más destrozado que el mismo Derek, era su padre, quien le pide no continuar, pero el valiente corredor se niega, entonces padre e hijo, abrazados en un mismo cuerpo, en un mismo dolor, en un mismo objetivo, avanzan los más de 200 metros que los separa de la meta, la cruzan, y ellos, el público y el mundo sabe que Derek fue el vencedor de esa prueba, y como tal se recordará.

Así pues, este video y el gran Derek Redmond, terminarían por convertirse en mi inspiración para este deporte, para la vida misma, el ejemplo de lucha, de coraje, de amor, serian mis pilares fundamentales a la hora de asumir cada competencia, cada entrenamiento; y Jim Redmond, el padre, terminaría por representar esa figura, ese ser que siempre me observa, que ya no está, y que corre siempre de la mano conmigo, alentándome, apoyándome para no desfallecer hasta que cruce la meta.

De esta manera, y después de casi 2 años de haber incursionado en este deporte, de haber sumado varios cientos de kilómetros, de participaciones en competencias locales, decidí que la maratón de Medellín del año 2016, era mi próximo reto, así que me inscribí e hice un entrenamiento por algunas semanas para este evento, fondos, velocidad, fuerza y demás sesiones que una distancia de estas requiere.

Llegó entonces septiembre y once días me separaban de este tan esperado evento, días previos de bajar cargas al entrenamiento y aumento de los carbohidratos, tal como indican los expertos; el día antes de la competencia viaje muy temprano en la mañana, allí en Medellín dos amigos me esperaban, el día trascurrió entre plaza mayor, donde recogimos el número y la camiseta oficial, entre algunos parques y estaciones del metro , un turismo rápido para una ciudad que apenas conocía, pero debía ser así para evitar desgastes que nos pudieran afectar el día siguiente en la carrera.

Llegó el día, una madrugada fría, un cielo gris y lluvioso, cubrían la ciudad de la eterna primavera, salimos del hotel, corriendo rumbo a la estación de metro más cercana, evitando mojarnos lo menos posible; llegamos entonces al Parque De Las Luces, allí estaban ya congregados cientos de corredores, departiendo, calentando músculos, riendo, siendo felices; pues no se puede estar de otra manera, en una carrera, sino felices.

Se dio inicio a la carrera, y la congregación de solitarios, obstinados, locos y felices corredores partieron, cada uno a su ritmo, y yo estaba ahí, entre ellos, siendo feliz, siendo corredor.

Mantuve un ritmo tranquilo durante los primeros 5 kilómetros, corría y observaba las calles y los edificios de esta ciudad, entonces decidí “apretar un poco” y buscar “mi tren”, ese grupo que me pudiera llevar por lo menos hasta el kilómetro 30, y lo encontré muy rápido, era un grupo de 5 personas, al parecer caleños, pues así lo indicaban sus uniformes, me uní a ellos, iban a un ritmo que yo podía sostener, un ritmo en donde me podía exigir y a la vez no olvidar mi razón de correr, ser feliz, libre; corrimos entonces unidos, apoyándonos sin dialogar, concentrados, el silencio entre nosotros reinaba, y las voces de aliento llegaban desde las aceras; pasamos entonces los 21 kilómetros, juntos como grupo, y mi felicidad no podía ser menos, había alcanzado sobrepasar una distancia mayor a la que hubiera hecho en otra competencia oficial, mi cuerpo no mostraba signos de fatiga significante, e iba con grupo que me inspiraba.

Pero las piernas con el pasar de los 25 kilómetros empiezan a recordarte la fragilidad de tu cuerpo, la falta de más entrenamiento, el respeto que se debe tener por esta distancia; al llegar al kilómetro 29 sabía que el “tren” con el que había recorrido esta distancia debía continuar sin mí, mi trabajo ahora era en solitario; entonces los deje partir, y mi ritmo debía disminuir, pues por encima de todo estaba disfrutar esta carrera, sabía que si continuaba al ritmo de ellos no lo iba hacer.

Pasados los 32 kilómetros, la sombra del “muro” empezó a rondar, me acechó como ave de rapiña gran parte de estos últimos kilómetros; gozaba con cada metro, cada kilómetro recorrido, pero también el cuerpo lo sufría, los músculos de las piernas suplicaban no recorrer un metro más, las voces de las personas que me alentaban ya no se escuchaban con claridad, entonces sólo en ese acogedor silencio continuaba la marcha de esa dicotomía de sensaciones.

Por fin los 42 kilómetros se habían recorrido, escasos metros me separaban de la meta, la veía cerca y lejos a la vez, entonces solo pude apretar dientes y puño, y recordar al gran Derek, mirar al cielo y escuchar el apoyo que de allí provenía.

Finalmente cruce la meta, con gran dificultad pude atravesar la zona de entrega de medallas y alimentación y llegar al Parque De Las Luces, allí me desplomé, tendido, mirando al cielo, con las piernas encalambradas, un amigo tratando de estirármelas, sólo puede sonreír, y en medio del dolor y agotamiento físico, comprendí que había vuelto a ser feliz.

Y aquí sigo hoy, corriendo sin prisa, en esta mi travesía de agotamiento y libertad, sin mirar el reloj y la distancia, en éste camino que son dos y uno a la vez, correr y felicidad.


Wilmar Andrés Bernal

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