Una euforia contenida por los nervios y la ansiedad se liberan de pronto en una paradójica calma, una leve marea invita al movimiento liberando pasiva felicidad que con el paso de los metros se transforma en preguntas: ¿voy muy rápido?  ¿Muy lento? ¿Llevo un ritmo uniforme?  ¿Me estoy haciendo demasiadas preguntas?  Para mi salvación la euforia abandona la calma y esta se apodera de mí, alejando las preguntas y sumergiéndome de nuevo como un elemento más del colectivo.

 

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Era un momento de descanso luego de una jornada larga de fin de semana, me encontraba en El Salvador apoyando la salida a producción de un proyecto de la empresa en la que trabajaba.
Sentado en la terraza de un café pasaba las páginas de Salomé -un librito divertido escrito a manera de diario con el estilo único de Fernando Gonzalez- cuando el teléfono móvil llamó mi atención.  Era un mensaje de una vieja amiga que siempre me había atraído más de lo normal y que me pedía le llevara un imán de nevera para sumarlo a una colección que iniciaba, me contó que la colección hacia parte de la lista de cosas que le gustaría hacer antes de morir.  No sé muy bien por qué me quedo sonando lo de la lista… ¿Qué quiero hacer yo antes de morir?

Siento una increíble paz, se hace difícil percibir mi respiración, me parece estar levitando, a mi alrededor todo es felicidad y buena energía, me pregunto si los demás también viven ese placer, aún no sé qué tan bien esté mi ritmo pero ya no me preocupa, difícilmente podría sentirme mejor.

Traté de continuar la lectura pero me fue imposible, en el respaldo del recibo de compra del café empecé a construir mi propia lista.  Reflexioné sobre mi vida y los sueños que alguna vez tuve; habían quedado en sueños y no podía explicarme muy bien por qué.
Las cosas que quiero hacer antes de morir:

VIVIR, empecé, no significa que no lo haya hecho, aclaré.
Vivir un tiempo cerca del mar.
Aprender a tocar guitarra.
Besar la nena que motivó hacer esta lista ;)
Correr una maratón completa, escribí recordando el sueño deportivo de la secundaria,
cuando a los 13 o 14 años corrí mis primeros 10 kms.

No continué, dejé el papel entre el libro y seguí la lectura y mi rutina

Aún no supero los diez kilómetros de travesía cuando mi pantorrilla derecha se encarga de recordarme que eso de levitar está lejos de este deporte y que el oleaje del mar se encuentra a varios cientos de millas en mi cabeza.  La orilla del camino me muestra caras conocidas que invaden de alegría mi mente, la pantorrilla y todo lo que hiciera falta. ¡Qué descanso!  Uno corto porque las cuestas son hoyos negros para la alegría.  El dolor se intensifica, empiezo a temer un calambre.

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23 de junio de 2013, día crucial para Medellín. La ciudad debía demostrar que es capaz de organizar grandes eventos en su búsqueda por ser organizador de los juegos olímpicos juveniles y programa una carrera de 5 kms.  “¿Por qué no?  Algunas semanas de preparación para no hacer un tiempo muy ridículo y ya está”   Eso pensé, pero luego de amarrar las zapatillas y correr un par de kilómetros pasó lo inesperado: una casi extraña sensación de libertad; la desconexión mental del mundo; recordar los sueños de hace más de 10 años de correr una maratón y hasta participar de unas olimpiadas… (¡un poco ridículo, lo sé!)… lo cierto es que esa sensación me obligó a seguir saliendo a correr.

Las distracciones de la ruta me hacen olvidar un poco el dolor mientras en el horizonte puedo identificar la figura de un buen amigo: Camilo.  El más rápido de la Banda de Runners y con quien me jugué unos cuantos pesos hace meses para obligarme a entrenar duro, creí en el momento que era un precio justo por mejorar mi rendimiento.  Aumento el ritmo, aparte del dolor en las pantorrillas me siento bastante bien: ligero, hidratado, he decidido tomar al menos un par de tragos en cada puesto de hidratación; el clima es bueno aunque preferiría verle un poco la cara al sol.  Soy consciente de que esto aún está por empezar, le repito a mi cabeza que la maratón inicia a los 30k para contener los impulsos de ir más rápido.  Más caras conocidas a la orilla del camino me alivianan alma y mente.  Las cuestas me acercan más a Camilo, aun así las preferiría en otro relato.  En el kilómetro 20 inicio la alimentación con un gel de manzana verde al que le temía un poco por no ser la marca habitual, pero que mi cuerpo absorbe bastante bien.  Alcanzo a Camilo y juntos enfrentamos la porción del trayecto más desconocida en mis entrenamientos que además resulta ser de las más complicadas.  Bajamos un poco el ritmo hasta que calambres y dolores obligan a Camilo a caminar, necesita recuperar fuerzas.  Yo temo que al detenerme no sea capaz de retomar la marcha y me obligo a seguir corriendo.

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Se acercaba la Maratón de las Flores y mis salidas se hacían cada vez más intensas y satisfactorias. Me inscribí a la media maratón, 21 kms, aunque en realidad nunca había corrido más de 10.  Supuse que el tiempo era suficiente para prepararme ¡vaya error!  Sin un plan de entrenamiento dejé que el trabajo me alejara de las escapadas a correr y terminé completando el medio maratón lleno de dolores, con las tetillas sangrando y con la necesidad de un par de días de cama.

Debo enfrentar solo los últimos 15 kilómetros, me siento al límite pero tengo la confianza de que lo más difícil se ha hecho y que ahora sólo debo aguantar el ritmo. Veo familia y amigos apoyándome en el costado de la vía, me siento feliz aunque el cuerpo me demanda más energía; me exige comida y descanso.  Termino el segundo gel y hago un pequeño esfuerzo para aislar de mi cabeza el dolor y cualquier idea negativa, esto termina por hacerme aumentar la velocidad y agarro mi segundo aire o tercero o ya no sé muy bien cual.  Aprovecho hasta que me golpeo de frente con una cuesta, la piernas intentan desistir pero no se los permito, ya me siento muy cerca, veo el cartel que anuncia los 35k, mi GPS marca una decena de metros menos, mi rayón de ingeniero junto con el cansancio mental se quedan pegados en el análisis de la diferencia hasta que la última de las cuestas me baja de un golpe sin compasión al pavimento.  Grito un par de palabrotas con impotencia y rabia que me sirven de impulso para conquistar finalmente el ascenso, desde allí, al menos mi mente visualiza la llegada.

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Entrenando la mente durante el entrenamiento: subiendo El Alto de Las Palmas en una noche de lluvia

Seguí corriendo regularmente hasta que en octubre conocí Dynamic y la Banda de Runners, con ellos el camino se hizo más divertido y concienzudo, enfrentamos retos que jamás imaginé, corrimos cuanto se nos puso en frente con el lema de nunca abandonar: Trail de Santa Elena 21k, mi primera experiencia en la montaña; La Carrera de las Luces 8k; Escalada a las Palmas, 12k de ascenso sin descanso; Run Tour Avianca 10k; Hoy Por Ti 11k; Trail El Retiro 20k,; Corre mi Tierra 10k; El Megatrail de Santa Fe de Antioquia, 35k que se encargaron de darnos una lección de vida y nos mostraron que juntos y con amor siempre podremos ir por más. La preparación en competencia terminó con Bodytech 10k y la Media Maratón de Bogotá, obteniendo en estas últimas mis mejores tiempos de 10 y 21k.

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Ahora si me acerco a la meta y reflexiono sobre el camino recorrido en este último año, es increíble lo que se vive preparando una maratón.  Haciéndolo es fácil comprender el poema Ítaca de Cavafis; ¡qué hermoso destino! pero mejor aún ¡qué hermoso viaje!  Con un último empujón de buena energía y ya sin importar el dolor logro cruzar la meta.  Siento la alegría y la satisfacción de trabajar con el alma y de hacer realidad un sueño.  Cruzan también la meta mis amigos: El Profe, Camilo, quien logró retomar el ritmo, y Caliche, los otros tres locos de la Banda de Runners; los cuatro nos atrevimos a doblar la distancia y el tiempo. Que finalmente fue 3h45m50s.

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Felipe Posada


Compartido por Natalia Velez de http://www.navegueruns.com/

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