Atletismo y vida - Andrés Pineda
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Nos hemos preguntado con incertidumbre: ¿podemos completar una carrera de 10 kilómetros? y cuando lo logramos nos preguntamos: ¿podremos terminar una media maratón? y cruzamos la meta, sólo queda la maratón. Pensamos, soñamos, que un día podremos correr una maratón de Rio de Janeiro, de Buenos Aires o tal vez la multitudinaria maratón de Nueva York. Soñamos cada día con grandes maratones alrededor del mundo, con el sonido de miles de pisadas en el asfalto. Miles de atletas, que suenan como un eco, como una reafirmación de la vida.
Estoy convencido que todos podemos correr… no importa si somos gordos o flacos, negros o blancos, el espíritu de la maratón está dispuesto a llegar a cualquier corazón que lo quiera recibir, cualquier persona que quiera y tenga el deseo y la convicción de correr, ya sea por salud o por motivación personal. Experimentar la satisfacción de pasar por la meta se concentra en algún lugar del hígado o el páncreas, no se compara con nada.
Correr es más que una competencia, no se limita sólo al hecho de llegar primero o llegar último, es la satisfacción de haber dejado todo en el recorrido, superar nuestra propia marca y llegar siempre más lejos. Cuando corremos nos sentimos libres, pensamos en momentos felices, en los momentos en que entrenamos, en esforzarnos al máximo y cuando llegamos al final, planeamos el próximo reto, la próxima carrera.
Cuando corremos, seguramente lo hacemos dejando todo, lo hacemos con el corazón; es por eso que nuestro sentimiento al correr traspasa todas las barreras, todas las fronteras, todos los límites, no es sólo una medalla, una camiseta, una condecoración o un premio, es una convicción muy profunda, como un estilo de vida.
En la última carrera corrí con cierto miedo (sí, ese que hemos sentido), un cosquilleo en el estómago que se extiende por todo el cuerpo al momento de la largada, cierto vértigo que produce la incertidumbre de no saber si terminaremos, una ansiedad que nos hace perseverar y ser más fuertes ante la adversidad.
Los días previos a la competencia sentía un fuerte dolor en el estomago, que se acentuaba apenas corría uno o dos kilómetros, dolor que no me había permitido entrenar debidamente para la exigencia física que implicaba una maratón en condiciones climáticas y físicas difíciles para un atleta amateur, que no tiene mucha técnica pero sí mucha pasión.
A pesar de los continuos dolores a un costado del estomago, picadas y lancetazos en los entrenamientos y una vieja lesión de rodilla que me aquejaba y me hacía dudar en cada entrenamiento, ¿sin saber por qué?, invertí todos los ahorros en los pasajes de avión, me esforcé por conseguir un dinero extra para los gastos que implicaba el viaje y el hospedaje y me aventuré sin pensarlo en la ruta de la maratón.
Los primeros kilómetros regule el paso temiendo que el dolor apareciera intensamente y se hiciera incontrolable, por lo que medí cada esfuerzo en el recorrido, pensando que en cualquier momento el cuerpo iba querer fallar, pero con la convicción de poder superar el dolor y seguir adelante hasta el final, prefería salir en camilla como un atleta, que retirarme del recorrido como un cobarde, en ese momento me di cuenta que la parte psicológica en la carrera es muy importante, tan o más importante que el entrenamiento físico.
Es como si uno programara el cuerpo para el esfuerzo, para el recorrido, y a pesar del cansancio o el dolor sigues adelante hasta el final, una fuerza que te empuja y te dice que puedes lograrlo, que sólo respirarás tranquilo en la meta, que intentarlo no es suficiente; el atletismo es una tesis de perseverancia en la que pones a prueba la relación cuerpo- mente, todo el tiempo, el equilibrio para lograr un objetivo.
A medida que avanzaba me iba sintiendo más tranquilo, por lo que subí el ritmo y la velocidad casi hasta el límite de mis capacidades, sabiendo que de alguna manera estaba exigiéndole a mi cuerpo mucho más de lo que había dado en los entrenamientos, este gesto hizo que faltando un tercio del recorrido el dolor se hiciera casi incontrolable las punzadas eran contundentes y me impedían respirar, sentía como si en el estómago tuviera muchas piedras que me impedían retomar el ritmo de carrera, para completar, iniciaba en el recorrido un tramo de sólo subida, por un momento pensé en retirarme, pensé que todo estaba perdido.
Reduje el paso casi a un trote milimétrico, con la esperanza que el dolor cediera pero nada. De a poco me iba acostumbrando a ese dolor y a pesar de que me sentía incomodo una fuerza interior me empujaba y me motivaba a seguir adelante, en un momento me sentí caer, desfallecer y pensé que no lo lograría, pero aparecieron unas voces como de la nada, llegué a pensar que era mi inconsciente y que probablemente me desplomaría en el recorrido.
Fui reconociendo las voces poco a poco, eran atletas profesionales que decidían aminorar su paso y darme una mano, una voz de aliento en medio de la desesperación y el cansancio, ese gesto de solidaridad hizo que aflorara lo mejor de mí y siguiera adelante a pesar que el dolor aun no cedía, empecé a subir el ritmo y abordar los últimos kilómetros con gallardía y con entereza.
En ese momento, una mujer de unos treinta años se me acercó y me acompaño unos kilómetros, era una morena alta, de pelo largo y con un cuerpo bien tonificado, yo llevaba la mano a un costado del estomago y ella me dijo que hiciera unos ejercicios de respiración continuos y unos masajes en la zona afectada, al cabo de un par de Kilómetros el dolor había desaparecido y sólo faltaban tres kilómetros para la meta.
Abordé el último segmento del recorrido con un pique continuo como si recién empezara la carrera, la vitalidad que me dieron todas las voces en el camino, los atletas profesionales, mujeres, ancianos y niños me alimentó para hacer un excelente remate. No quedé entre los primeros, no subí al podio, pero seguiré corriendo por esa convicción profunda que motiva a todos los atletas de todas las edades.
Hoy en día le doy gracias a Dios por la vida, por permitirme correr y poder explotar mis capacidades, a la naturaleza y los paisajes por hacer de este deporte algo maravilloso, a toda la gente del común que nos expresa todo su apoyo y afecto en cada recorrido y a nuestras familias que nos reciben como campeones siempre con una sonrisa.
ANDRÉS PINEDA.