Todos los caminos conducen a Roma - Miguel Angel Pérez
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Esta es la humilde y sencilla historia de un amante del deporte aficionado, con el cual ha disfrutado enormemente (y seguirá disfrutando hasta que el cuerpo se lo permita) a lo largo de sus sesenta años de vida.
Pero no es mi vida como deportista la que puede interesar sino lo que a veces la vida te depara y cómo, a través de este maravilloso deporte, se pueden conseguir metas y logros que nos parecen inalcanzables.
Aunque comencé muy tarde a practicar las carreras populares (así las llamamos en España a las medias maratones y a las maratones a las que los aficionados nos apuntamos) llevo ya bastante tiempo practicando el atletismo.
Hoy en día estoy en la lontananza de los 60 años y viviendo en esta maravillosa ciudad colombiana que es Cali, en compañía de mi esposa colombiana (¡no podía ser de otra manera!) y disfrutando las mañanas en los parques de la ciudad entrenando un poco para estar en forma para las distintas carreras en las que participo.
Hace dos años, en septiembre, cuando estaba ya preparando una media maratón, el médico me detectó un cáncer de próstata. El susto, evidentemente, fue monumental y a uno cuando le dan ese tipo de noticias se le baja el ánimo hasta el suelo. Después de asumir dicho trance y decir por teléfono a mi esposa (entonces yo todavía vivía en España) tan desagradable noticia empecé a reflexionar sobre lo que la naturaleza nos depara. En esos momentos pensé que mi vida se iba a derrumbar y que el amor y la pasión por el trotar se habían acabado. Fue entonces cuando en mi fuero interno surgió una llama de esperanza y me llegó a la mente esa frase que lleva el título y me dije: "No sólo todos los caminos conducen a Roma sino las esperanzas, las ilusiones y la fuerza de voluntad". Y fue precisamente ahí cuando decidí inscribirme en la maratón de Roma, aún a riesgo de no poder hacer no solo la maratón romana sino no practicar deporte en toda mi vida.
Me operaba un martes y el domingo anterior decidí participar en una media maratón por si era la última vez que podía disfrutar de mi deporte favorito. Acabé la carrera, disfruté de todo lo que nos rodea en un acontecimiento de este tipo y me lancé a la otra carrera de la vida que era superar el cáncer. Afortunadamente todo salió bien y al cabo de dos meses, en noviembre, empecé de nuevo a entrenar.
Al principio parecía aquello una misión imposible. Debilidad, carencia de ánimo, desesperación, etc. Los días pasaban y los avances eran ínfimos; el 19 de marzo se acercaba cada vez con más rapidez y aunque el cuerpo estaba normal para actividades sedentarias no estaba preparado para una actividad tan importante e intensa como la maratón de Roma.
Mas, poco a poco, con esfuerzo, tesón, interés, esperanza y una fuerza de voluntad tremenda, fui consiguiendo que mi preparación para dicho acontecimiento estuviera casi acorde a mis objetivos.
¡Y llegó el día!
Llegamos a Roma mis hijos y yo. Mi esposa me llamó desde Cali para darme ánimos y desearme lo mejor para ese día tan importante para mí. La imagen y el entusiasmo de mi esposa me acompañarían durante todo el trayecto y me daría el aliento necesario para conseguir mi objetivo.
Si en otras maratones, al comienzo el nerviosismo es la nota dominarte de cualquier corredor, para mí ese día tenía un sabor especial. Salimos del Coliseo romano, cuya espectacularidad es de todos conocida y recorrí Roma, disfrutando de sus monumentos, de sus bellezas artísticas y de todo lo que rodea a la Ciudad Santa. Ni qué decir cuando a la vuelta de una esquina nos topamos con el Vaticano y aquello le inunda a uno de una emotividad inmensa. Atravesar la plaza de España, la Fontana de Trevi…le trae a uno recuerdos inolvidables pero…..
Ese pero es el final de mi sencilla narración. Aún viendo todo lo inimaginable, el ver ya la meta de la maratón fue algo que todavía hoy, al escribir estas líneas, se me arrasan los ojos. Al llegar al último kilómetro, estaban mis hijos esperando y sin importar el tiempo de carrera me fundí en un abrazo y ciento noventa y dos metros antes de llegar a la meta saqué el celular de mi bolsillo, marqué un número a Colombia y llamé a la persona que más amo en esta vida: mi esposa .
Al final, atravesé la meta.
Miguel Angel Pérez