Corría el mes de Marzo de 2013 cuando decidí aceptar una invitación hecha por mi hermano. Era una prueba atlética por montaña, en donde nos iban a hacer unas mediciones para establecer nuestras características antropométricas y condición física.  Se trataba del Primer Test Salomon, a desarrollar en cercanías al Parque Nacional Chingaza, el 17 de Marzo.

leonardo vargasLa asumí como otra carrera más (llevaba unos tres años haciendo carreras de ciudad), aunque sabía por obvias razones que ésta iba a ser “un poco” más dura por las condiciones del terreno y, sobre todo, por la inclinación de la ruta; al menos ese era mi imaginario en ese momento.

 

Lejos estaba de pensar que ese test me iba a cambiar la vida para siempre. Ya venía aburriéndome de las carreras de ciudad y estaba realmente convencido de que este año no iba a inscribirme en ninguna carrera de las que venía corriendo los años anteriores.

El dichoso test se desarrolló cerca de La Calera, empezando por el camino que lleva al Parque Natural Chingaza y, que suponía una distancia de 10km. Desde un principio las condiciones fueron fuertes, un ascenso que me pareció durísimo y en un sendero que estaba húmedo y se acabo de volver barro con la lluvia que empezó a caer. Luego un descenso larguísimo durante el cual iba bastante preocupado por que no veía señalización de la carrera; al ser mi primera experiencia en trail iba con algunos temores normales, eso creo. En fin,  una vez empiezo a encontrar las cintas de la carrera me tranquilizo y sigo corriendo. Paso por el puesto de control y sigo, me siento bien físicamente y mas sabiendo que, en teoría, me quedan menos de 4 km.

Casi una hora más tarde y después de haber bajado casi 3 km y haber subido al menos 4 más,  por otra montaña, noto que desde donde estaba tengo una buena panorámica de La Calera…conclusión inmediata: “marica, ...   me perdí”.

En ese instante llamo a mi esposa quien ya se encontraba en la meta junto con mi hermano, ella me comenta que se han reportado otras personas extraviadas. Es en este instante cuando empiezo a devolverme por el camino que acababa de recorrer. A los pocos minutos veo a un campesino que salía de uno de los predios de la montaña, muy bien arreglado con pinta como de misa, le pregunto por el restaurante que era la referencia de llegada a la meta. El me confirma que estoy donde no es y me indica que me debo devolver. Me dice que me puedo ir con él que el va por ese camino. Nos vamos devolviendo por el camino y en una curva me muestra un atajo con el cual afortunadamente nos ahorramos al menos 600 u 800 metros de camino.

Al mismo tiempo que avanzamos me sorprende la facilidad con la que a pesar de sus zapatos de gala va pasando por los barriales casi sin ensuciarse y sin resbalarse ni una sola vez. En cambio, yo parecía  tener la motricidad de un niño de un año que hasta ahora está empezando a caminar y cuando miro mis pies el barro me llega hasta el tobillo y tengo salpicadas de barro hasta los muslos. Lo peor del cuento es que no íbamos despacio, a pesar de que aparentemente el hombre no corría me costaba mantener el ritmo. Llego el punto donde nos separábamos y la verdad decido no correr más, me llene de ira con la organización, considere que era culpa de ellos el que me hubiera perdido. Llamamos el taxi que nos iba a llevar de regreso al pueblo,  para que me recoja y me lleve a la meta para poder asearme un poco y cambiarme de ropa.    Me fui con la firme convicción de que no correría más ese tipo de pruebas, que estaban mal organizadas y no me ofrecían las condiciones mínimas para participar.

Sin embargo,  a medida que pasaban las horas empecé a digerir toda la experiencia y a recodar que a pesar del clima, el esfuerzo y la preocupación o más bien precisamente por el clima, el esfuerzo y la preocupación de la carrera nunca me había sentido tan unido a este planeta, a esta tierra, nunca me había sentido tan terrícola.   De alguna manera,  empecé a sentir, más que nunca,  que esta tierra y estas montañas (por genética, herencia y karma) hacían parte de mi ser. Esos momentos de soledad entre ese paisaje frio me hacían reconocer algo en mí que nunca había sentido. Era una forma también de conectarme conmigo mismo y con el todo, que nos une como habitantes del Universo.   Empezaba a conocer aspectos y sensaciones propias que no conocía… y se empezó a dibujar en mi rostro esa sonrisa con la que ahora empiezo cada carrera o entrenamiento que puedo hacer en la montaña.

Después de eso todo fue ganancia: Guatavita 10K, Macheta 12K, Allianze 15K, Sunset Race  en Ubate 21K (mi primera media maratón), Media maratón de Bogota, Carrera del Sur 10K, Anapoima 16K, Trail Running Usaquen 14K, Endurance Challenge 21K,  Nike 10K,  Ascenso Chingaza 20K, Torre Colpatria ….  más de 500 kms.  entre entrenamientos y carreras y sin embargo, estas   no son mis metas, las tomé todas como parte de mi formación y  entrenamiento.

El 1 de enero de 2013 no me imagine que pudiera correr más de 10 K, mucho menos por montaña.

Mi expectativa a mediano plazo: correr una ultramaratón, meta a largo plazo hacer algún día la Transvulcania: 83.3 K con un desnivel acumulado de 8525 metros.

Algunas personas salen a correr con la idea de vencer a los demás, otros con la idea de vencer la montaña, otros con la idea de superarse a sí mismos, otros solo van con el deseo de disfrutar, otros por olvidarse de todo lo demás…  el trail running es como la vida, cada quien lo enfrenta como mejor le funcione, no hay fórmulas mágicas y a cada uno le corresponde una experiencia propia e irrepetible y desde ese punto de vista, con cada experiencia de carrera crecemos, nos enriquecemos y nos fortalecemos física, mental y espiritualmente.

Los límites están en la mente y, vivir una vida sin sueños ni  metas por alcanzar, es  vivir a medias.


Leonardo Vargas

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