¿Correr? ¡Jamás! - Stephanie Cubides
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Eso me decía a mí misma cada vez que veía a papá cruzar la meta en una de sus tantas carreras, sudando a borbotones, con el pecho moviéndose en un inagotable ritmo marcado por un corazón más grande que sus pulmones: corazón de atleta, corazón de papá. Aunque hice natación, Gimnasia artística y escalada, para mí era imposible imaginarme haciendo semejante esfuerzo, hasta que en diciembre del 2011 con 20 años y una maleta de 23 kilos a la espalda (una primiparada) le di la vuelta a la sierra nevada del cocuy, travesía que junto a mi profesor de escalada Omar Arnulfo Moreno tomó tres días, con esta experiencia supe que nada de ahí en adelante podría quedarme grande, ni siquiera ¡CORRER!
Empecé en 2012 pasito a paso, motivada por el ejemplo de papá, quien corre hace 30 años y que para el 2014 ya había corrido su segunda ultra maratón: 100km de montaña en la Patagonia Argentina, suficiente para entender que correr era mucho más que mover las dos piernas como un autómata. Con la motivación arriba y después de lograr varios podios en distintas carreras de montaña en los últimos dos años y un tiempo de 1:39:00 en la Media Maratón de Bogotá este año, llegó el gran día, mi carrera soñada, esa que papá no se pierde desde su primera versión en 2014, el Ultra Trail Parque los Nevados celebrada en lo alto del Parque Nacional Natural Los Nevados en Manizales. La carrera más alta de Colombia este año se corrió en dos etapas de autosuficiencia (sin puestos de avituallamiento) que sumaban 40, 53 o 60k. Decidí correr 53 km.
La primera jornada arrancó a las 2am, la noche anterior había dejado todo listo, ropa y camell con hidratación y comida. Todo era nuevo para mí, nunca había corrido con camell y aunque era prestado logramos acoplarnos el uno al otro en una indiferente relación espalda con espalda. Tampoco acostumbro llevar agua, mucho menos comida, correr al lado de papá siempre ha sido una experiencia minimalista y pensar en comer durante el recorrido me resultaba toda una hazaña, así que lleve un gel (demasiado dulce para mi gusto) y un par de bolitas energéticas hechas con cereales, cocoa, miel y ajonjolí (bombas de energía vital, Vegan.)
A las 3am nos recogió en Villa María una chiva cargada con atletas que venían de Manizales, mientras llegaban, papá, yo y unos pocos atetas charlábamos con palabras tiritadas y sonrisas que lanzaban bocanadas de vapor caliente, no supe distinguir si temblábamos de frío o nervios de saber que la hora de la verdad se acercaba. De pronto, como una comparsa muda, llegaron tres chivas gigantes, iluminadas hasta el techo, dos de ellas ya asomaban algunas caras ojerosas, somnolientas, expectantes; subimos y decidí hacerme junto a la ventana (gran error) si en un principio me resultaba imposible la idea de dormir en una Chiva, hacerme en la ventana lo ratifico con salpicadas de agua, cachetadas propinadas por ramas y un viento inclemente.
El recorrido hasta el punto de salida de la carrera a 3.500mts sobre el nivel del mar, tomaba cuatro horas según nos explicaron, sin embargo una de las chivas a eso de las 6:15am se sumió en una canaleta de lodazal, afortunadamente ningún corredor resulto lastimado, el conductor de la chiva trato por todos los medios de sacar su condenada con ayuda de los otros conductores y uno que otro atleta, sin embargo la muy terca se hundió más. Resignados a los caprichos de la chiva, subimos a los atletas que quedaron sin transporte. Apretados en las bancas, colgados del techo nos dimos el calor suficiente para llegar al punto de partida listos para correr; una ida al baño para alivianar los nervios y listo, sólo quedaba correr 28km con más de 1.200mts de desnivel positivo que culminaban a 4.800mts en el gran nevado Santa Isabel. Hay momentos de la vida a los que no quieres dar mucha espera, este era uno de esos, no recuerdo mucho del tiempo que paso antes de la largada, sólo recuerdo el momento en que arranque a correr.
¿La altura? ella y yo no la llevamos bastante bien desde que nos conocimos en la terraza del Cocuy, ascendimos por pastizales y carreteables, delante de mí había algunos hombres, sabía que tenía dos grandes competidoras detrás, sin embargo, verlos a ellos me llevo a recordar a Ann Trason, la “Bruja”, temida por hombres Trahumaras y corredores elite en la épica ultra maratón de Leadville. Así como Ann “me gusta sentir el viento en mi pelo cuando corro” pero también me encanta medirme con los del sexo opuesto.
Poco antes de llegar al kilómetro 17, siento cosquilleo en las piernas ¿Por qué? ¿Será la altura? ¿Será que no desayune bien? ¿Será que me voy a ¡DESMAYAR!? Saque el poco deseado gel que llevaba en el camell y comí un poco, aunque me sentí mejor no sé si atribuirlo al gel o a la fabulosa vista despejada que nos dio el cráter de la Olleta, recordé las dos veces que papá hizo ésta carrera con muy mal tiempo, en ninguna logró ascender a la nieve y en ninguna logró ver los nevados. La alegría fue una bocanada de agua fresca, ya le había advertido a papá: “Si veo los nevados despejados, que se tenga todo el mundo, porque no me voy a detener”
Ver el Santa Isabel en todo su esplendor hizo del ascenso más inclinado y alto de la carrera un desafío de enamorada, era imposible trotar a 4.400mts de altura con tal inclinación, por eso el coqueteo se hizo lento, sin impacientarse, escuchando al corazón que flechado por la belleza de la montaña se aceleraba a medida que me acercaba al borde nevado. Todo quedo en silencio, el ascenso era orquestado por el viento, a lo lejos una campanita me indicaba que estaba cerca, no había podido correr a 4.500mts pero a 4.800 resulto ser cosa de niños, corría llena de alegría al encuentro con la nieve: la toque con las manos, con los pies, con la cola, con la lengua, con la cabeza, con el sudor y el corazón.
Descendí con toda la energía que me había dado estar en lo más alto de la carrera, me cruce con mis dos “rivales” ascendiendo con el mismo esfuerzo que todos, papá también iba subiendo, “mantente fuerte, que cuando veas la nieve se te va a olvidar el cansancio” le dije, la altura había hecho lo suyo con él, sin embargo encontrarnos en el camino fue la gasolina extra para terminar. Tal como me lo indico el nevado, baje sin detenerme, dándolo todo a cada paso, al cruzar la meta con un tiempo de 4:00:00 empiezo a pensar ¿Por qué no corrí 60k? me sentía tan llena de energía que hubiese podido seguir corriendo hasta completar los 35k de la prueba reina y en parte así fue, culmine los 35k junto a Alejandro Castro corredor de montaña y amigo, conservando el primer lugar femenino. Esa primera jornada me hizo ver cercana la posibilidad de embarcarme hacía el Huaytapallana en Perú (el premio mayor de la competencia) aunque entrene duro inspirada en ver los nevados, la idea de Perú movilizaba cada gota de mi sudor, antes, durante y después de la carrera. Supe al final de esa jornada que no tenía opción, al otro día tendría que mantener mi primer lugar.
De regreso a Manizales, cansados y sin almorzar, encontramos en el camino la chiva que en la mañana se había sumido en un lodazal, aun mas sumida, su conductor cubierto de barro, sudado, extenuado y pasado de hambre parecía haber hecho el mismo esfuerzo que los atletas e incluso mayor. Que llegará una grúa era un imposible así que viendo la situación, nuestra chiva y otra que iba adelante decidieron ayudar, agarrada por delante y por detrás la caprichosa fue halada lentamente por las otras dos, bastaron unos segundos para que la caprichosa ante tanta tensión, cediera. Cuando salió de la zanja y después de estar allí cerca de una hora, todos brincábamos de felicidad, anhelábamos descanso y un plato de comida.
La preparación para la segunda jornada no fue fácil, almorzar a las 7pm sabiendo que al otro día debía estar despierta a las 2am, era desmotivante, nada que una cerveza con papá y amigos no pudiera resolver. A las 9pm cerré los ojos, visualizando lo que sería el otro día, “más suave, me iré más liviana, lo daré todo…” pensé. A las 3am las chivas estaban listas para dirigirse al punto de partida a una hora treinta minutos de Manizales, el frío era aterrador, traté de calentar por largo tiempo sin embargo no fue suficiente. Sin música, con las luces de nuestras frontales y en un silencio definitivo, se dio la largada a las 5am, 27k con 1800mts de desnivel positivo nos esperaban, al arrancar empecé a sentir las piernas pesadas, el esfuerzo del día anterior y la falta de sueño empezaron a alzar la voz, veía la silueta de algunos hombres adelante, era el kilómetro 3 y sabía que iba liderando, hasta que sorpresivamente escucho a mi más cercana competencia pasar por mi lado y decir: “vamos, Stepha, dale” bastó escucharla para empezar a apretar y resguardarme en el paso de dos hombres con quienes correría hasta bien entrado el amanecer.
Después de ascender durante 22k por trocha, pavimento y senderos de páramo, llegué a la parte más alta de la jornada: 4.200mts, con un poco de frío remonte un falso plan de pavimentado y lo que en principio era una llovizna terminó siendo una tormenta de “nieve”, por unos momentos fue mágico y alentador, pero luego, el frío empezó a helarme las manos, los pies, las piernas me quemaban, por más que movía mis extremidades era insoportable, recordé entonces la noche anterior y el momento exacto en que había decidido sacar la manta térmica del camell, busque un gel para tener algo de calorías y como una película en cámara lenta retrocedí hasta verlo sobre la mesita de noche del hotel y no en mi camell… No pude contener las lágrimas, sólo llevaba agua pero era tanto el frío que no se me antojaba un sorbo.
Corría rápido para asimilar el frío pero el camino se hacía interminable, cuando la meta parecía cerca unos estrechos senderos por potreros jorobados hacían aún más crítico el final, pensé en papá, le pedía respuestas en el aire. Hasta que al fin apareció la meta, no hubo sonrisas a pesar de ser la primera mujer de todas las categorías y distancias con un tiempo de 3:47:00, por el contrario hubo llanto. No podía pronunciar palabras, temblaba, estaba empapada, me quitaron la ropa mojada, me dieron agua de panela caliente, yo misma no era capaz de agarrar las cosas, me pusieron bolsas en los pies. Me tomo bastante tiempo volver a regular la temperatura de mi cuerpo y cuando lo logre fui consciente de todos los errores que había cometido, la aventura estaba terminando, aquello que hacía unos días era toda una hazaña culmino con papá cruzando la meta, juntos nuevamente, cómplices como siempre, lo habíamos logrado.
Sin dudarlo el Ultra Trail parque los nevados es una de las carreras más duras y hermosas de Colombia, inclemente y benévola me entrego una nueva versión de mi misma, más fuerte, más segura, menos confiada, más humilde, me entrego paisajes increíbles, encuentros profundamente humanos, me enseño como sólo ella sabe, cuan vulnerables somos en la montaña, nada está lo suficientemente previsto para ella, nunca la conquistamos, cuando nos paramos erguidos en su cumbre ella nos hace arrodillar para que apreciemos su hermosura. Cuando la aventura parecía haber terminado Julian Parra, organizador de la carrera me dice: “Te vas para Perú, recuerda que allá subes a 5100mts de altura…” Lo maravilloso de correr es que cuando crees haber terminado una carrera, en realidad estas empezando una nueva.
Stephanie Cubides