La leptospirosis, asesino al acecho - Daniel Rojas
- Detalles
Y tengo los mismos tenis desde cuando todo empezó...
Willy me había dicho que eran unos Saucony, inclusive venían en una caja contramarcada con ese sello, pero al abrirla eran unos Champion.
Mi plan era traer la medalla de finalista más linda que jamás haya podido ver en Colombia, la medalla de la Media Maratón de Medellín, y para conseguirlo de una manera decorosa, quería unos buenos tenis, además sería mi primera competencia de atletismo en calle.
Hice algunos tímidos intentos por la consecución, pero finalmente llegue a la pista paisa con los Champion.
Eran de color negro y me iban bien con todo, mis dedos se sentían amplios al frente y cómodos, tenían algo de tacón (drop), pero no es molesto.
¡Qué buen ánimo de competir tenía!
Sonó la pistola, se empezaron a mover las carnes de los casi 14.000 asistentes a la cita (5.000 de ellos delante mío). El paso era lento, a medida que se avanzaba se iba desenredando el pelotón y yo iba pasando de caminata a trote suave. Varias caras conocidas, muchas sonrisas, muchos gritos de lucha; era el momento esperado, era el momento por el que cada una de esas almas se había preparado, era el momento de demostrarme a mí mismo que sí sería capaz y que era un Campeón. Yo iba por mi medalla, medalla que me identificaría como finalista, sin importar cómo lo hubiera hecho. Esa era mi única pretensión, pero para conseguirlo debía pasar la meta.
La meta. Qué lugar tan raro. La meta, lugar paradójico, pues para todos es de mucha alegría, pero a mí nunca me ha gustado, porque es el lugar donde todo se acaba:
- Obvio, es la meta, ¿Qué más quería?
Tanta preparación, tanta ilusión, y cuando llegas a la meta, simplemente se acabó, simplemente murió, simplemente ya no está.
Cada carrera es diferente, pero... ¿podría vivir en carrera? Quiero decir, ¿la misma carrera?
Amo correr, amo vivir, pero odio la meta. Por ese motivo hago que la meta no sea el objetivo principal de mis carreras; debe existir un valor agregado más importante, algo que las haga más grandes, algo que haga sentir que no fue una simple medalla de finalista de 21 kilómetros corriendo, sino un reconocimiento a las ganas de vivir, a las ganas de aprovechar lo que tengo y lo que soy, a las ganas de maravillarme con lo que veo y retransmitirlo al corazón para sentir amor. Una medalla de finalista no es el premio a 21 kilómetros o cualquier otra distancia que recorras, es el premio a toda una temporada de preparación, a una logística para conseguirlo, a trabajar fuertemente para obtenerlo y poder participar, a muchas horas de "sacrificio" (lo pongo en comillas pues realmente ese sacrificio me hace feliz la vida). Y no es decir: “seguimos en preparación para otras carreras”; es decir: “sigo en preparación para ganarle a la vida”.
Entre mis disertaciones se fueron consumiendo los primeros kilómetros y las sensaciones eran soñadas: los pies no iban sobre el suelo, sentía que flotaba. Un buen ritmo de carrera de cuatro minutos y medio por kilómetro me hacía adelantar prontamente a varios corredores. Cada tanto aparecían duchas que volatilizaban el agua, y al pasar por debajo de ellas espolvoreaba frescura con sutileza en el rostro del preciado y necesario líquido; más adelante hubo puestos de avituallamiento muy organizados, atendidos por hermosas señoritas medellinenses.
Todo era gloria.
Kilómetro 13, qué me iba a imaginar que serían mis últimos kilómetros, se acababa la dicha. (Y empezaba la verdadera carrera).
De la nada, sin golpearme, sin pisar mal, revisando constantemente los gestos técnicos, apareció un dolor en la articulación del metatarsiano del dedo meñique del pie derecho. Inicialmente resolví el problema manteniendo la velocidad, pero modificando la pisada, haciendo énfasis en el lateral interno de mi pie. Al transcurrir unos dos kilómetros el dolor aumentó por todo el borde externo, pasando por el tobillo y subiendo por todo el peroné hasta la rodilla. Como digo, el ritmo era el mismo, a 4'30'' el kilómetro y aguantando. Quedaban 6 kilómetros para terminar, era un infierno, bajé un poco la velocidad y me empezaron a pasar los demás competidores. Aguanté un rato.
La Media Maratón de Medellín tenía en su recorrido un va y vuelve de seis kilómetros, o sea, iba hacia el sur por la Avenida Industriales que está al occidente del río (3km), y se devolvía hacia el norte por la misma Avenida Industriales al oriente del río (3km). Eso nos brindó un gran banquete, pues en este deporte, donde yo soy el protagonista, nos puso al lado (del otro lado) de grandes atletas como los etíopes. Qué imagen, qué deleite ver esas gacelas negras peliando los primeros puestos, desarrollando tan bellamente la técnica para correr, casi comparable con una obra maestra de la música, por la sincronía y suavidad con la que se veían volar sus cuerpos.
Miré mis marcas en el reloj hasta ese momento y la sorpresa era que me faltaban cinco kilómetros y el tiempo registrado era de 1 hora 6 minutos, hice el cálculo y si lograba subir mi velocidad a 4 minutos el kilómetro terminaría por debajo de lo que me había propuesto: 1 hora 40 minutos. Entonces pensé: así sea lo último que haga (la lengua definitivamente es el azote del culo), voy a darle duro a este remate de carrera. Adquirí la posición de lucha y aumenté mi ritmo, pasé a todos los que me habían dejado atrás al punto que ellos sorprendidos intentaron seguirme pero los vencí. Anulé el dolor en mi mente, corrí como estoy seguro que nunca antes lo había hecho, corrí como dejando la vida en el asfalto. Pasé la meta en el Parque de Los Pies Descalzos y seguí de largo, nunca olvidaré que mis piernas me pedían más. El tiempo fue 1 hora y 36 minutos, mi posición en la categoría la 67 y en la general la 355 de 5.500 atletas que se dieron cita. Fue una media maratón soñada, respiré profundo y abrí los brazos al cielo, mientras giraba en mi propio eje... nunca antes me había sentido tan feliz. El último kilómetro lo corrí en 3 minutos 50 segundos ¡y el cuerpo me pedía más!
No tenía pretensiones, solo quería participar por mi medalla, pero jamás me imaginé que mi cuerpo y mi mente hicieran lo que mis sentidos estaban captando.
Al bajar de la nube y volver en mí, di un paso y me dolió tanto el pie, al punto que tuve que tirarme al suelo inmediatamente. De ahí para adelante fueron tres días en una cojera terrible, pero con el corazón muy fuerte.
Al llegar a Bogotá decidí que lo mejor era iniciar un plan de recuperación del cuerpo, que tal vez lo que me estaba pasando era manifestación de cansancio, pues todo el año había entrenado y corrido carreras muy juicioso.
Asistí a controles médicos y a terapias con el fisio, pero el dolor en el dedo persistía. Simplemente, no podía correr.
Desistí a varías carreras a las que ya estaba inscrito, acompañando a mi equipo desde el balcón. Fue muy duro verlos correr.
Esa mañana, quince días después de la lesión, abrí los ojos, a esa típica hora biológica disciplinada de las 5:30 am antes de que sonara la alarma. Agradecí a Dios por un nuevo día de vida, hice escáner de mi cuerpo y concluí que había pasado una noche terrible. En mi ciudad, Bogotá, estaba haciendo un invierno que calaba hasta los huesos; había sentido mucho frío y fue muy difícil calentarme para dormir, tuve mucha sudoración. Fue una noche muy inquieta, luché contra mis extraños sueños que vaticinan un cambio radical en la vida.
El sueño.
Una pandilla de bebés ninjas se entraron por la ventana del apartamento a robar, con tan mala fortuna que yo estaba ahí y los sorprendí. Ellos huyeron pero yo alcancé a agarrar a uno, era una bebita hermosísima, que al sentirse capturada decidió ser mi hija. Era tan hermosa y yo estaba tan feliz, que la ubiqué al lado de una pared para vestirla, con tan mala fortuna, que ella resbalé y cayó de frente a un toma corriente, electrocutándose. Vi toda la escena de su muerte mientras su preciosa carita se derretía... al mejor estilo de Paris Hilton en “la casa de cera” y muertes absurdas como "destino final”, emulando a "Chuki" el muñeco diabólico.
Me sorprendió tanto, porque además de recordar tan perfecto mi sueño, busqué su significado en la internet y me hablaba de cambios radicales en mi vida.
Con el pasar de los días, el dolor del dedo se mantuvo con la misma intensidad, pero ahora se había traspasado a los otros dedos de los pies, a los de las manos, tobillos, muñecas, codos y cadera. Conclusión, me dolían todas las articulaciones. ¿Qué tipo de dolor? Un dolor con el que puedo vivir, puedo hacer mis labores y con la mente puedo olvidar que esta ahí, pero si intento esforzarme físicamente aparece como un ejército de cien hombres atacándome. Ya juntaba 30 días sin entrenar, en el proceso de negación, y uno de esos días, me tomé dos pastillas de acetaminofén y salí a correr con mi equipo un 12k a 4´25 el kilómetro, sintiéndome muy poderoso y fuerte, pero al despertar del siguiente día y los cinco venideros fue ver mi cuerpo rezagado y acongojado, lleno de dolores que definitivamente me inhabilitaron hasta para dormir; muy asustado, asistí al médico de urgencias y ahí empezó la carrera más bonita de todas: mi vida.
El tiempo será algo que jamas podrás recuperar, por eso es lo más valioso que tenemos y es el regalo más grande que jamás nada igualará.
Los primeros diagnósticos mandaron medicina poderosa para la cabeza: el doctor sugirió que era psicosomático.
Yo continué mi indagación, consultando diferentes doctores, haciéndome varios exámenes de sangre una y otra vez. Los días siguieron pasando y con ellos se incrementaron los dolores en las articulaciones, la perdida de fuerza, debilidad general, mucha torpeza (pérdida de la motricidad fina), visión borrosa. Los doctores examinaron buscando artritis, artrosis, esclerosis múltiple; la vida se me iba a gotitas por entre los dedos otra vez y los exámenes totales arrojaban buenos resultados… entonces, ¿Qué me pasaba? Justo hace un año cumplía el primer aniversario de la travesía con la Pandilla Atómica “La toma del café”, donde recorrimos 1187 kilómetros en bicicleta por parte del territorio colombiano, prueba que al concluir me envió al hospital con un diagnóstico de infección causada por una bacteria llamada “Leptospira”.
La Leptospira es una bacteria infecciosa producida por ratas enfermas y transmitida a otras especies animales a través de la orina. No se transmite a humanos, a menos que el sujeto tenga contacto directo por cualquiera de sus mucosas con depósitos de orina del horrendo animalito. Por ejemplo, se puede infectar por bañarse en un pozo de aguas estancadas, o utilizar utensilios contaminados como las botellas o latas de gaseosa apiladas en bodegas de tienditas de pueblos con bajísima afluencia de turistas (eso determina que llevan mucho almacenadas), o (la razón por la que más me inclino) Tuluá es el municipio de Colombia y de América que mayores reportes de infectados por Leptospira se han detectado, es una enfermedad típica un recolectores de arroz y caña (campesinos - montañeros). Durante los días que nuestra travesía cruzó por esas tierras, el invierno fue tan fuerte que hubo dos días que nunca paró de llover; nosotros (La Pandilla Atómica) tuvimos que pedalear desde Cartago hasta Cali siempre lloviendo, recuerdo ver los cultivos de caña drenando muchísima agua a la berma de la carretera, esa agua se mezclaba con la empozada en las canales, cañerías y surcos provistos en las vías, al mismo tiempo que se rebosaba sobre el asfalto y era esparcida por los aires en forma de nubes de agua cuando pasaban los camiones transportadores de ganado (otra fuente), caña y tracto mulas con mercancías… en fin, la infección pudo estar en cualquier parte; haber llegado a Yumbo en el estado que llegamos fue deplorable, al punto que para poder entrar a lo que allá llaman hotel (eso es otra historia) tuvo que ser previo a un buen baño con manguera en la calle.
Un año después y varios podios en mi haber, y bajo la presión de no saber qué era lo que afectaba mi salud, pedí un examen para Leptospirosis y qué creen… sí, positivo, la bacteria seguía en mi cuerpo.
Ya han pasado dos meses más, pero no siento afán por salir a recorrer mi montaña, siento afán por aprovechar el tiempo. La semana pasada en Pereira murió un joven de 17 años por causa de la misma infección. Ésta es una bacteria que se va anidando en el cuerpo y va ganando espacio. Los animales tienen la cualidad en su sistema inmunológico de destruirla, pero el hombre no, ya que es una enfermedad de los animales. En el hombre va progresando lentamente mientras va dañando órganos tan vitales como los riñones, el hígado, los pulmones y finalmente el corazón. La literatura al respecto dice que es muy difícil erradicarla; una vez contagiado vivirá por siempre en tu cuerpo. Se puede controlar y tener una buena calidad de vida, pero no volverás a ser el mismo de antes. Algunos doctores dicen que sí se puede erradicar y recuperar la salud ciento por ciento, pero al día de hoy, tres meses después de la mejor maratón que jamás haya corrido en mi vida y tres tratamientos con diferentes antibióticos, que destruyeron mi estómago, no hay una recuperación total.
¿Reflexiones? sí, muchas. ¿Ganas de vivir? sí, todas. ¿Me voy a recuperar? jum… solo Dios sabe y en Él tengo puestas todas mis esperanzas. Lo cierto es que estas cosas te cambian, te coaccionan la vida y la mente más que todo. Definitivamente no soy el mismo de hace tres meses y pienso que sigo mi proceso hacia el crecimiento, siento una responsabilidad enorme con mi entorno, con mi familia, con mis amigos, con mis hijos, con mi deporte, con mi montaña. Hoy más que nunca valoro inmensamente el tiempo: el tiempo de hacer, de estudiar, de compartir, de querer, de amar, de hablar con la verdad, de reír a carcajadas, de ser y hacer lo que más me gusta, así no sea correr por los montes, pero sí de ser feliz. El tiempo de estar tranquilo, de aceptar las condiciones del juego, pues la vida es un juego y la decisión de ganarlo es solo mía.
Por los días que me quedan, así sean solo el próximo mes, o hasta que tenga 99 años, me prometo una sola cosa, ser feliz.
Hoy tengo los mismos tenis, los Champions, con los que ganaré mi maratón.
Foto: Jose Antonio Sanabria Sierra Campamento con Trail Run Colombia Suesca, alto de Los Monolitos Suesca.
Diciembre 17 de 2017.
Dani Caribe Atómico (Daniel Rojas)